Un fin de semana en Miami. Cuarenta y ocho horas. Ese es el reto. No nos asusta. Un buen viajero no mide los días como el resto de los humanos. En este tiempo es posible ir a bares escondidos, visitar nuevos museos, bañarse en mar y piscinas (en Miami siempre ambos) y descubrir lugares de esos que no queremos compartir con nadie. Porque a Miami o la amas o la odias. Está claro a qué grupo pertenecemos nosotros.
DÍA 1
17.00 h. La llegada. El calor. Oh. el calor.
Pisamos suelo de Florida y, tenemos un pequeño shock climatológico: ¿es esta humedad cierta? Se nos había olvidado. Pero, luego, miramos de reojo y encontramos una palmera, la primera de las miles que vamos a ver, pensamos en la playa y se nos pasa. De Apocalipsis, nada, ha sido sólo un momento. De repente, lo que era calor y humedad es una sensación sensual. Esto es Miami, esa ciudad que concentra lo mejor de los dos mundos, el latino y el norteamericano.
18.30 h. Hotel, dulce, hotel.
Pertenecemos a esa raza que nunca dice “cualquier hotel sirve: solo vamos a dormir en él”.Cualquier hotel no sirve. De hecho, el hotel puede ser el viaje. Buscamos hoteles que enganchen con la cultura local, que sólo puedan estar allí; que tengan eso que llaman“sense of place”. The Edition es así. Lleva pocos meses abierto, pero, en una ciudad donde la competencia es salvaje, ya se ha convertido en deseable hasta por los locales. The Edition está en el edificio de The Seville, que fue un hotel emblemático en el Miami de postguerra. Lo construyó Melvin Grossman en 1955 y su torre blanca, tan austera, rompió la silueta de la ciudad. En ella resuena la influencia de Le Corbusier y su Unité d’ Habitation de Marsella.Ian Schrager, que es el responsable de su renacimiento, ha conservado (porque quiere y porque debe) detalles de la arquitectura original, como el reloj de la fachada, el rótulo, el trampolín de una de las piscinas y hasta un hoyo de golf del campo.
Al llegar arrastrando nuestra maletita vemos un lobby blanco, fresco y enorme, con columnas de azulejos dorados y plantas. Esa combinación nos choca, pero nos choca bien. La sensación es la de estar en un hotel de los 60 en Miami y a la vez en un sitio de pasado mañana. Subimos a la habitación, inesperadamente serena. Chapuzón rápido en las piscinas, tan fotogénicas ellas, y ducha aderezada con cosméticos de Le Labo y la HBO de fondo. Ya estamos en los Estados Unidos de America, el país del que nadie sale defraudado.
20. 00h. Una cena de sábado.
También tenemos la clásica hambre post vuelo. Aquí se cena pronto. Decidimos apostar por una parte de Miami Beach que está floreciendo: se trata del norte de South Beach, donde están abriendo hoteles y restaurantes y permite respirar un poco de la zona Sur, fotogénica pero densa. Allí están hoteles como el W South Beach, S1 y la nueva Villa Bagatelle. Más al norte están Thompson, Soho House y el novísimo AC Miami Beach Hotel. Queremos comer fresco y sano. Cenamos en Bagatelle, una flamante sucursal del restaurante del mismo nombre en Nueva York, Sao Paulo y St Barth. Pedimos ceviche y pulpo. La cocina, abanderada por Matthieu Godard, es una mezcla entre lo francés con toques locales de Europa con América. Es decir, todo es apetecible. La materia prima es fresca y el ambiente curioso: elegantes parejas latinas haciéndose arrumacos y europeos expatriados con ganas de buen vino. Queríamos conocer cómo es un restaurante de moda en Miami y ya lo hemos hecho.
22.00 h. Bares, qué lugares
Necesitamos un bar. Así de claro. Ni un club ni un lounge ni nada de ese calibre, tras la cena nos urge un bar con su barra y sus taburetes. Vamos al Broken Shaker. Este es un bar que abrió siendo efímero pero al que no dejaron serlo. El éxito fue tal que sus dueños,Daniel Orta y Elad Zvi, lo convirtieron en permanente. Forma parte del Freehand, el hostel que, con su carisma, le ha robado el protagonismo a muchos de los grandes hoteles.
Ambos, bar y hostel, tienen todos los tics que presuponemos de uno de los lugares más hipster (aunque el término sea muy 2013 nos entendemos) de Estados Unidos: toquesvintage, respeto al pasado, gente guapa a la que le da pereza serlo y mil y un detalles instagramables. Pero, para enfado de cínicos, lo mejor es que Broken Shaker está muy bien, su ambiente es estupendo, el tono adecuado y las bebidas y el servicio impecables. Volveríamos todos los días a este lugar, pero entonces, estas “48 horas en Miami” no las leería nadie. Aunque, qué diablos, igual lo hacemos.
DÍA 2
10.00 h. Arte, palmeras y nuevos museos.
Miami es una capital artística. Lo es. Y se puede afirmar con mucha seguridad. No es casual que tenga su propia Art Basel. Es sede de colecciones privadas espectaculares como laMargulies Collection, de la Cruz Collection o la de Patricia Phelps de Cisneros; también de museos muy activos en la comunidad como el Bass Museum. El último gran museo es elPAMM o Pérez Art Museum, que está en el llamado Museum Park; esta zona recibirá pronto un nuevo museo de ciencia, Patricia Frost Museum of Science y un parque y pretende serun nuevo destino dentro de Miami. El PAMM es la evolución del Miami Art Museum y tiene una colección permanente de obras de los siglos XX y XXI de artistas como Olafur Eliasson, Kiki Smith, Dan Flavin o Diego Rivera. El edificio es de Herzog& deMeuron, pero verlo por fuera no consta como visita. Entramos.
12.00 h. Wynwood, claro.
Nos vamos al distrito donde todos (empresarios, marcas, visitantes y locales) quieren ir.LVMH puso el ojo en estas calles industriales a las que hace diez años nadie se asomaba. Ahora, hasta Loewe tiene allí una tienda. Y qué tienda: en ella hay un auténtico hórreo español; esa es una clásica locura digna de este barrio. Callejeamos un poco y fantaseamos con comprar mucho. En Wynwood también se han asentado marcas locales, como elPanther Coffee, frecuentado por gente que nunca pediría un frapuccino latte y que valora el café molido y trabajado con lentitud. Pero no es hora de café, sino de comer, cambiamos de barrio.
13.30 h. Mimos a MiMo
A cinco minutos en coche está MIMO (Miami Modern). Este barrio comparte nombre con un estilo arquitectónico muy determinado que se desarrolló en esta zona del sur de Florida a mitad del siglo XX. En esta zona del Midtown se conservan, tal cual, moteles, gasolineras y espacios con arquitectura que abarca desde los años 20 a los 50, por tanto, vemos Art-Deco, estilo Mediterráneo y MiMO. Es emocionante ver cómo parte de nuestro imaginario norteamericano está al alcance de nuestros ojos. El barrio está comenzando una nueva era, pero, por zonas, aún es un barrio algo conflictivo. En cinco años será un nuevo Wynwood, pero ahora aún son pocos los que se atreven a comenzar negocios aquí. Existe unainiciativa comunitaria para preservar este estilo arquitectónico y la estética del Biscayne Boulevard Historic District, que es donde está la mayor concentración de moteles MiMO de Miami.
Quien sí está asentado en MIMO y es un estandarte del barrio es Vagabond. Este es uno de esos moteles tan singulares; fue construido en 1953 por Robert Swartburg. Hoy vuelve a la vida también como motel, con su correspondiente piscina y con habitaciones sencillas, coloristas y con mucho estilo. En Vagabond destaca su restaurante, al que ya vienen a comer desde todos los rincones de Miami. Su chef es Alex Chang, mitad chino, mitad mexicano, así que es fácil imaginar las delicias que se comen. Y sí, Vagabond está muy de moda. Sí, hay que reservar. Y sí, el Rat Pack también estuvo aquí.
Volvemos al hotel a descansar. Un chapuzón, un paseo por la tienda Limited Edition, una de las mejores tiendas de hotel que nos hemos cruzado y volvemos a salir. Nos movemos enUber, por eso nos movemos tanto. Oops, Uber: ese es terreno resbaladizo.
20.30 h. Brickell la Nuit.
Nos vamos de Miami Beach o “la playa” como le llaman los locales. Es una pena venir a Miami y quedarse sólo en esa franja de tierra. Nosotros cenaremos un Brickell. Antes era un distrito financiero y residencial, pero todo se mueve para que sea un nuevo gran centro de la ciudad, donde los hoteles y el buen shopping tengan peso. Allí está La Mar, el restaurante que Gaston Acurio tiene en el Mandarin Oriental, un clásico de la ciudad. Capitaneado por Diego Oka, tiene un anticucho bar y un ceviche bar. Esto nos gusta casi tanto como poder cenar comida peruana de este nivel al aire libre, con la brisa caribeña de fondo y una vista urbana apabullante. Estamos en el sitio adecuado, en el momento adecuado y con el pisco sour adecuado.
23 h. Miami semiclandestino.
Volvemos a Wynwood, a un restaurante llamado Coyo. En realidad, no queremos comer tacos, aunque sean deliciosos como los que sirven aquí. Buscamos, literalmente, ir más allá.La puerta trasera de este lugar esconde un bar, una especie de speakeasy que no se anuncia y que hay que saber que existe para entrar. En este lugar sirven cocktails de escándalo como el Paletarita y mucho y buen mezcal. A los diez minutos ya estamos diciendo “Para todo mal, mezcal, para todo bien, también”. No contábamos con este Miami.
DÍA 3, EL PLUS
Comienzo líquido.
El día empieza con un baño en la playa. Casi todos los hoteles de Miami Beach tienen un espacio reservado con sus tumbonas y sus protectores solar gratis, pero la playa es pública y de todos. Un baño a primera hora, cuando sólo hay gente paseando perros y muchos, muchos, corredores es balsámico. Tras uno de agua salada, otro de agua dulce en las inefables piscinas del hotel. El calor, ya desde por la mañana, nos empuja. Tras la playa alguien plantea la posibilidad de jugar a los bolos en el propio The Edition, que tiene su bolera, pero estas no son horas y nos queda un día tan largo como la avenida Collins, en la que estamos.
Son nuestras últimas horas en la ciudad y las queremos pasar en traje de baño, como viven los locales. No podemos entretenernos mucho porque antes del volver al aeropuerto nos queda una parada más.
Brunch en el 27. Dijimos que al Freehand volveríamos todos los días y no era una frase hecha. Volvemos. Cruzamos la calle y ya estamos sentados en el 27, el restaurante de este hostel. El brunch del 27 es relajado, colorista y vibrante. En él se comen platos de las culturas que acoge la ciudad. Probamos el malawach, el pan de bono y un Green Mary, que es un Bloody Mary pero verde. Existe una considerable afición por lo verde en el Miami de 2015, pero ese es otro tema. Pasaríamos aquí horas, pero nuestro vuelo sale.
Nos ha faltado mucho por hacer: ir de compras (Lincoln Road sigue sirviendo para saciar la ansiedad), volver al Design District, ver más piscinas y dedicar más tiempo a lo que se cuece en Wynwood y Brickell. No ha sido posible. La clonación en humanos no está permitida.Necesitamos volver. Es una orden que nos damos a nosotros mismos.
Fuente: https://www.traveler.es/viajes/viajes-urbanos/articulos/miami-en-48-horas-moteles-bares-clandestinos-piscinas/7015